miércoles, noviembre 2

Sobrevivir a una segunda Marcha Ardua















Evocación trágica de lo que ha sido la peregrinación más dura de los pupilos de Kim Jong Il desde la devastadora cosecha de 1996. Metáfora propagandística amoralmente utilizada por el poder para emular la resistencia de un pueblo y la fe en el Querido Líder. Fueron sin duda los años más negros del régimen del segundo de los Kim, que lo obligó a quitar de todos los lugares públicos su imagen dejando sólo el fuego ardiente de su padre liberador y genio en la mente colectiva. Las historias más crueles y desgarradoras datan de aquellos años y recordaré por siempre a nuestro guía en una noche fría de Kaesong* y sus lágrimas emotivas embriagadas por algunos Black Label para narrarnos como sobrevivió junto a su mujer y su hija. Es el espíritu de kamikaze, el de la bomba humana como aquellos acróbatas en el circo del Ejercito Popular que caían en picada desde el techo mientras la megafonía nos hacia temblar con el estruendo y el estallido de una bomba.
En el tren que nos llevaba a Pyonyang se divisaban hasta el horizonte unos campos de una belleza digna de los mejores afiches de la propaganda: la cosecha del arroz matizaba de un amarillo rebelde aquella planicie que se estrellaba a lo lejos con las sagradas montañas de un colorido otoñal. El campesino es apolítico pues de él depende la supervivencia de toda la sociedad, la tierra no miente y en los campos en dónde se observan con más claridad los vicios y las virtudes del régimen político. Esos montículos de espigas de arroz organizados como una formación militar no eran más que un espejismo: sólo dos tractores durante 350 km de trayecto, fervientes campesinos de todas las edades tratando de sol a sol de cumplir con el objetivo de las requisiciones de Estado con la hoz como única arma para sobrevivir: el tiempo se hace corto para una sola cosecha al año. En uno de los mosaicos de los Mass Games que emulaba el progreso en los campos, con un ejército de tractores conducidos por campesinos bonachones y felices, recordé aquellas miradas que me era muy difícil penetrar. Perdían se en el horizonte pues veían en él la culminación de aquella feliz alegoría que la propaganda les prometía? O más bien era la desolación de miradas cuyas almas ya han sufrido tanto que no les queda otro sentimiento que el de la resignación? No me atrevo a formular ninguna explicación de lo que sólo fueron unas imborrables miradas pasajeras.
La visita de una cooperativa agrícola fue de aquellas visitas impolutas y maravillosas, también sería la mas triste pues estaba hecha a la medida de los pocos extranjeros admitidos en el 2005. Al entrar en ella el infaltable obelisco de mármol en el cual estaba gravado el eslogan mas famoso del país “Nuestro Querido Presidente Kim Il Sung siempre estará con nosotros”. Este símbolo de la soberbia autoritaria que brillaba como el primer día había remplazado al antiguo obelisco que antes de la muerte del “Genio de los 10 mil talentos” proclamaba un “Larga Vida al Camarada Kim IL Sung”. Imagino que la movilización para destruir y construir el nuevo eslogan a lo largo y ancho del país debió ser sin precedentes. La cooperativa bajo la batuta de hierro del Partido de los Trabajadores cuenta con un teatro, una escuela, una sala de propaganda y numerosas habitaciones pintadas y decoradas para la ocasión, con calefacción incluida y en una tuvieron la osadía de poner un computador tan viejo como indecente. El retrato idílico de aquel campo fértil y productivo fue más bien una triste parodia donde se presentía que el invierno será de los más duros desde 1996. Confirmación de ello el gobierno un mes atrás prohibió a los campesinos gozar de la libertad para vender lo poco que les dejaban las requisiciones.
Antes de subir al bus frente al eslogan gigantesco que yacía en la fértil tierra del Oeste Coreano, que todos los campesinos leen través de la mágica bruma de la aurora antes de dirigirse a esos eternos campos, ese “Viva el Sol del Siglo 21 Nuestro Camarada Kim Jong Il”, nuestra presencia alimentaba la fe en un futuro mejor de aquellos que por una tarde habían visto otro sol.
*Kaesong: Cuidad al sur de Pyonyang, a unos 10 km de la Zona Desmilitarizada.

martes, noviembre 1

Yankee Spirit I: Manhattan Transfer


La autoproclamada capital del mundo tendrá siempre, como un Cesar de Roma que además era “Tribuno del Pueblo”, “Gran Pontífice” y así hasta “Augusto” (es decir divino), varios roles. O así lo creen allá, donde los pendones verticales evocan ese mismo humo blanco que emerge del subsuelo (del “subway”, literalmente) y cantan uno por uno las funciones varias de una “capital del mundo”: “Financial Capital of the World”, “Fashion”, “Business”, “Real Estate”. Y claro, todo eso es muy glamoroso. Ser mejor que Londres, que París o Milán o Shangai. Pero antes que nada, Nueva York es el epítome de la libertad. Para empezar, es la ciudad que más brilla sobre esa colina inmensa que son los Estados Unidos, a la manera de esa “city on the hill” que pensaban fundar los primeros protestantes y que simbolizaba una esperanza para el mundo, un faro de la humanidad. La Estatua de la Libertad ciertamente nos recuerda esa metáfora como ninguna otra, pero es en el hervidero de la ciudad donde se produce lo más estimable de esa sociedad: el sentimiento de que todo es permitido se palpa en Nueva York. Inmensos desfiles por la 5ta Avenida un sábado común y corriente reúnen a partidarios del Alcalde Bloomberg, que está en plena campaña de reelección y marcha junto a sindicatos de apoyo casi como si un pastor guiara sus ovejas hacia la inmensa verdura de Central Park, y a varias de las comunidades representadas en ese crisol de la diversidad que es Big Apple. Latinos ebrios de folklor, Judíos ortodoxos, Irlandeses en bicicleta y un trailer de Ucranianos patrocinando el lanzamiento de una nueva marca de Vodka siguen al mencionado “rebaño político” sin aparente filiación partidista. Casi al tiempo, se abre la Cumbre Mundial de la ONU en su 60º Aniversario y manifestantes pro-democráticos chinos (no neoyorquinos, como suelen ser esas marchas parisinas en favor de Palestina pero hechas por franceses: chinos), manifestantes chinos, digo, alzan la voz enfrente del Waldorf-Astoria, donde se hospeda la delegación de la República Popular. Ese es el poder de la libertad en su vector más básico: la posibilidad de la expresión.
Pero más allá de que esto pueda ser igualmente cierto en cualquier capital europea, en Nueva York este poder se ve magnificado, porque la ciudad es la prueba de la construcción permanente. Allá, pareciera, sólo existe el futuro. Quiero decir, las ideas que se promueven, que se ensayan, son pensadas para el avance. No es ese debate permanente y al fin de cuentas infructuoso de la Europa actual, que al decir de The Economist se parece cada vez más a un coro inerme de tragedia griega antigua. Es la ciudad de la acción. Allá se prueba, se fracasa, se reintenta. El sentimiento se percibe en la vitalidad contagiosa de sus habitantes y sus calles, esa selva protegida por titanes de vidrio y metal. Así como está permitido expresarse, es casi un deber progresar, mostrar pruebas, hechos concretos. Por eso se critica ahora la lentitud con que avanza la reconstrucción en “Ground Zero” y más allá del debate político los neoyorquinos reclaman el símbolo físico, fruto de 4 años de orgullo y unión.
De Nueva York, en fin de cuentas, es imposible no enamorarse. Esa fuente perpetua de emociones que le brinda la ciudad al visitante le devuelve su inocencia por ráfagas, y el sentimiento se asemeja al descubrimiento permanente de que se está vivo. Realizado por sentirse un miembro de éste enorme cuerpo social, es preciso cantar el coro aquél del poema definitorio de la ciudad que es “City of Blinding Lights”: “Oh, you look so beautiful tonight”.